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El “cocodrilo” que no llegó a mascota . ¿Era un caimán?

Permitid mi intrusismo en el vedado terreno de la música de nuestro blog pero no me resisto al pretexto que me da Alejandro con el recuerdo de mi amigo Lino a sus símbolos-mascotas del curso del 60 (estatua del marqués, maqueta de la biblioteca y león de trece garras) para evocar el episodio de lo que pudo ser la exótica mascota del nuestro.

En las vitrinas del tránsito de los obispos (así llamado por la brillante exposición en las paredes de los  caretos de ilustres comilleses, motivo de acicate para los mas dóciles y aplicados en aquella plebe estudiantil del año 54, curso de Segundo de Filosofía éramos nosotros), el cocodrilo era la joya de la corona. El animal dormía disecado en una de las estanterías y protegido por las cristaleras de posibles intemperancias de algún díscolo o, peor aún, de algún gracioso de mala sombra. Y apareció ese gracioso. La historia fue así;

Daba entonces clases de Hª de la Filosofía el benemérito y anciano Padre Domínguez (Txomin como decíamos algunos aunque otros reservaban ese nombre para el P. Muñoz). El hombre, en sus últimos años, sufría diversos achaques. Los peores, de la vista. Con un ojo medio vaciado y operado de cataratas el otro, el buen Padre hacía lo que buenamente podía menos controlar la clase. Alguien, el gracioso seguramente, tuvo la idea rocambolesca. - ¿Por qué no medimos hasta donde llega la visión del Padre Domínguez?.  Cogemos al cocodrilo y lo ponemos en la tercera o cuarta fila y vemos su reacción.. - Dicho y hecho. El problema de abrir la vitrina no planteó excesivas dificultades. El aula de Hª de la Filosofía estaba allí, en el mismo tránsito, detrás. El traslado entre varios se hizo previamente por la puerta posterior del aula. Cuando llegó el grueso del curso el animalito estaba ya colocado entre dos pupitres. Por cierto alguien le había colocado un fajín negro (de pitón) y encasquetado un bonete. La expectación culminó cuando el Padre en un momento determinado tras vacilar se llevó la palma extendida sobre su ceja para avizorar mejor lo que veía. ¿Percibió de verdad al nuevo huésped y cliente?.  Lo cierto es que muy pronto corrió una sospechosa “leyenda urbana”; que en el comedor de los Padres, el P. Domínguez había confesado que estaba preocupado, que su mala visión no solo no mejoraba sino veía cosas extrañas, que en clase recientemente había vislumbrado algo así como un bicho, un cocodrilo..  ¡Leyenda urbana , claro.. chiste de mal gusto, desde luego!

El caso es que ese año del 54 en la foto de curso nos llevamos a posar al cocodrilo. Lo trasladamos discretamente hasta las escaleras de entrada de la Uni como si de una mascota se tratara. Luego lo volvimos cuidadosamente a su reino tranquilo. No lo volvimos a tocar. También por precaución.. aunque el episodio se mantuvo en la penumbra y los jesuitas, compañeros de curso en la parte trasera de la clase mantuvieron, al parecer, la discreción. 

En los años ochenta, treinta y tantos años después volví a Comillas en un viaje con mi mujer. Aquello estaba como abandonado. Pudimos movernos casi con total libertad por todo el recinto. Allí seguía el cocodrilo. Fue entonces cuando Mentxu me dejó de una pieza. ¡Pero si no es un cocodrilo, es un caimán! Todavía seguimos discutiendo. Si tiene razón, que la tiene, solo demuestra lo mal que andábamos algunos en Ciencias Naturales. Ahí tenéis la foto. Vosotros decidís. Por cierto; en esa foto de curso aparece, no junto al cocodrilo sino en un plano superior (Y tan superior!)  un ilustre condiscípulo que no llegó a obispo. Se quedó en duque-consorte de Alba; Jesus Aguirre. (En la fila ultima segundo de la derecha, el primero es nuestro poeta Agustín Rodríguez y en la fila inmediata abajo Rafa Manero) .

Con un cordial saludo a los del 74 y a los del 60

 

Xabier S. Erauskin (2 de octubre 2011)

 

 

Las bodas de oro del Seminario

La verdad es que los seminaristas de entonces teníamos preocupaciones muy al margen de los datos pomposos conmemorando los Cincuenta. El 14 de  febrero del 1941, el ciclón que asoló e incendio a la mitad de la capital, Santander, dejó sin tejas nuestro Seminario Menor, bastantes cuartos del  Filosofado y el Teologado sin tabiques intermedios y  sin electricidad a las dos casas. Por semanas estuvieron las carreteras a Cabezón y a Torrelavega, nuestro acceso a los víveres, entre nada y poco accesibles, porque había necesidades más urgentes y era escasa la gasolina por el bloqueo internacional al régimen de Franco. Con el piso sin techo de las camarillas (dormitorio de San Fernando) , dormíamos los pequeños en la Biblioteca general, dos pisos más abajo y ya en seco; mi cama estaba entre los anaqueles de la Teología Moral. De la cena a la cama  las filas en sombra, vagamente iluminadas por los tres o cuatro con candiles. Como con el crepúsulo se acababa la luz en los estudios, tuvimos a veces entre una y dos horas más de sueño..  Vegetábamos,  casi exclusivamente de la vaquería y de la huerta del Seminario. Los cereales que a veces se conseguían eran  residuos de viejas cosechas, y veías navegar por la piscina caliente de tu plato, entre los agujereados garbanzos o las lentejas, al bichito que los había habitado hasta entonces; a la tal menestra la llamábamos “lentejas con carne” y ”garbanzos con tropiezos”. Hubo quien renunciara por ellos al plato que iba llenando un criado del servicio,a dos o a tres medidas por cliente...

Era el hambre. En nuestra edad de crecimiento en mis 15-17 años .Después del exiguo desayuno, yo me pasaba las horas soñando con la comida del mediodía. A veces se daba el milagro: En el estudio de los retóricos, media hora antes,  sentía llegar hasta mí los pasos del subedel,de Retórica, Julio Cuena, que tal vez (Dios mío, ojalá) se detendría ante mi carpeta,. En ese caso me iba a entregar la Biblia, el Martirologio y el libro de lectura en el refectorio, pues los “lectores”, sin micrófonos ni amplificadores, éramos sólo unos pocos.. Después de la comida, ya solitario y “en segunda mesa”, podía  comer hasta hartarme, con la sopera y las fuentes para mí solo, y hasta me llenaba los bolsillos de panes para alivio de mis amigos. Esas pausas benéficas pudieron acarrear el milagro de mi vejez, aun sin el debido crecimiento.

Algunos de estos detalles mejoraron algo meses después, cuando el Cincuentenario. Pero el hambre seguía. Y así así, “burla burlando” ,fueron fugándose los meses por delante y llegaron  los festejos del Cincuentenario. Por la fachada se paseaba, airoso y azucarado, el Padre Camilo María Abad, y nos decíamos al verle:.―”Cuando seas Padre, comerás huevos” ­ ―”Y  pasearás por la fachada”― la respuesta ritual.

José Manuel Ruiz Marcos (4 de octubre 2011)

 

 

De te fabula narratur
(Horacio)

Estábamos hojeando Jesús Mauleón y yo el libro de Carlos Muñoz “El eco de aquellas voces”. La marea de recuerdos y evocaciones iba en aumento. La nostalgia nos llegaba ya a la altura del pecho. Al volver la página 214 nos detuvimos ante una foto: Concierto de la Schola con la Orquesta Municipal de Bilbao, en el Teatro Pereda de Santander…4 de marzo 1952. Con el dedo fuimos recorriendo las filas de los contraltos. De pronto le dije: “Mira, éste eres tú”. Todavía nos entretuvimos en identificar diversas caras. “Espéra men gar en”…Era el atardecer. Uso esta expresión de Demóstenes en su Pro Corona, para precisar con cierta solemnidad el momento del día, punto y hora en que esto ocurrió..
Al día siguiente me leyó este poema titulado Alguien me dice: “Éste eres tú”.
Cuando lo hayáis leído, comprobaréis cómo se cumplen en él las palabras que dejó escritas Bécquer sobre una poesía “que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y huye…” Y cuando hayáis sentido ese toque tan íntimo, caeréis en la cuenta de cuál es la misión más alta del poeta (“¡Poetas, expresadnos!”). No habla sólo de sí mismo: “De te Fabula narratur”, habla de ti y de mí.

Rafael Manero (19 de abril de 2011)

(El poema fue publicado en la Revista de poesía “Río Arga” nº 130, 2º Trimestre de 2009).

 

Alguien me dice: “Éste eres tú”

                                                                  A mi amigo Rafael Manero 
 

Alguien me dice: “éste eres tú”.

Miro al libro y te reconozco al instante: estirado, despierto,

apenas quince años, tienes cara aún de niño.

Y me digo al instante: “éste soy yo”. Y un terremoto,

más de medio siglo de tierras, sacudidas de tiempo, piedras, rota melancolía

me suben por el pecho,

rajan  de pronto el suelo donde piso.

                                                                    Pero tú, impasible,

guardas una serena compostura

en los momentos previos a un concierto,

rodeado de caras detenidas

fuera de toda edad y como vivas para siempre.

¿Sabes que este concierto

comenzó y acabó, y que un turbión de música, ruidos, calendarios furiosos,

rodó sobre vosotros, sobre ti y sobre mí,

nos arrancó de cuajo los papeles

y aceleró implacable 

el desatado arrastre de la vida?

En medio de este súbito

recio desbarajuste,

tengo para ti una buena noticia:

no has muerto aún, estás, estoy aquí contigo

y me quedo suspenso ante tus ojos

y tu frente, cargados de futuro,

de esa noble inocencia adolescente,

tan tuya como mía

y esa conciencia confiada, clara,

de estar bien vivo, y ser aún casi un niño

fijado en esta foto para siempre.

Tengo todo el derecho a tutearte, a quererte,

aunque tú estés ahí más arriba que yo,

por más alto en la vida.

 

 

Y no puedes negarte a que hoy me apropie

de esa mirada limpia, ajena a los temores,

de esa segura ingenuidad que te permite

mirar sin miedo sobre el hombro del tiempo.

Porque tú eres (yo también ahora que te miro

desde mis ojos fatigados, casi

desde la ancianidad como una falsa altura)

ese cuerpo, ese mirar a luz erguida,

aún no zarandeado por vaivenes oscuros

que sin piedad te avisen de la muerte.

 

Oh, no sabes bien qué alegre sobresalto,

qué regalo casual e inmerecido

encontrarte hoy aquí, toparme

de nuevo en ti conmigo,

retornar a ese monte

de inexpugnable adolescencia

con que miro aún al mundo

desafiando muros, vientos, ejércitos

de años embravecidos, ciegos y en son de muerte

contra ti y contra mí.

                                       Qué recio sobresalto,

casual, inmerecido, para luego

volver a remirarte, alzarme en los escombros, sonreír apresado

de melancólica ternura,

verme contigo puro, vencedor ignorante,

vuelto a vivir,

en trance de cantar feliz en un concierto

desafinado, hermoso,

que todavía desconoces,

e interpretar contigo hasta el final aplauso de unas manos de Padre

el bello, prieto de disonancias, fascinante

programa de la vida.

 

          Jesús Mauleón                                                        (Mayo de 2009)