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CHRISTUS por Rafael Manero

Los discos de Gregorio Azagra nos están permitiendo adentrarnos en aquellas músicas que fueron nuestro sustento en los años de la Schola. Estos discos unen a una interpretación perfecta, que rezuma la misma unción con que las cantábamos en el coro de la iglesia, ese misterioso fluir electrónico de las voces, que sin pronunciar letra alguna, nos dejan a nosotros ir adivinándolas en nuestro interior, a medida que la memoria y la emoción nos las van dictando.

Nunca hasta ahora había tenido la oportunidad de escuchar estas tres composiciones, una detrás de otra: el “Christus” de Goicoechea, el de Otaño y el de Prieto. Esto, aparte de sumergirnos en una atmósfera de enorme tensión emocional, nos va a permitir, no hacer comparaciones, sino tratar de captar el latido especial con que cada uno de estos nuestros grandes maestros siente y expresa un mismo texto litúrgico.

El único comentario, que tal vez mereciera la pena hacer, sería señalar con la mano el aire por el que nos llegan esas tensas armonías, y dejarnos impregnar por ellas. Pero, puestos en el brete de tener que decir algo, voy a prescindir de todos los tecnicismos de que suele echar mano la crítica musical, y voy a tratar de expresar lo que me sugieren estas tres composiciones, estas tres sensibilidades, estos tres maestros. La dificultad con que tropiezo es que la sintonía entre letra y música, a la que tendré que recurrir con frecuencia, la debe evocar exclusivamente nuestra memoria. Eso no será difícil, tratándose del “Christus” de Goicoechea o del de Prieto, porque los interpretamos muchas veces. Pero el Christus de Otaño solamente lo cantamos una vez, y es posible que su monumentalidad nos deje atónitos y balbucientes ante esa música “estremada” que, en lugar de “serenar el aire” como diría Fray Luis, a propósito de la música del ciego Salinas, en el caso de Otaño, lo agita poderosamente.

Las tres composiciones nos muestran una gradación emocional parecida. Una tensión creciente se despliega en las tres a lo largo de la primera parte de la antífona: “Christus factus est pro nobis oboediens usque ad mortem, mortem autem crucis”. A partir de este momento, comienza en las tres el climax que corresponde a las palabras: “Propter quod et Deus exaltavit Illum et dedit Illi nomen, quod est super omne nomen”. La tensión es máxima en el “exaltavit” y en el “super omne nomen” La resolución es rápida en Goicoechea y en Prieto; algo más prolongada en Otaño, para compensar la extensión y la fuerza acumulada en la parte central de la Antífona. Pero hay latidos, insistencias, claroscuros, matices distintos en cada uno de ellos, y es lo que me gustaría resaltar.
 

CHRISTUS DE VICENTE DE GOICOECHEA

En un gesto de rendida admiración hacia esta obra, le oí decir al P. Prieto en alguna ocasión, que él daría de buena gana todas sus composiciones por haber escrito ese “Christus”.

Esto debe de estimular nuestro empeño en captar algo que sin duda es impalpable y que tal vez no lleguemos a saber expresar.

El comienzo ya nos ofrece materia de asombro. A Alejandro le gustó mucho la observación de que los acordes del modo menor nos orientan hacia la sombra y que en los del modo mayor brilla una claridad especial. Pues bien, Goicoechea se me antoja aquí un maestro del claroscuro. Comienzan los tenores con la primera sílaba. Responden los bajos en ese mismo compás, pero todavía no sabemos si el acorde, que terminará de formarse con la entrada de los barítonos, va a ser el de una tonalidad menor o mayor; si la palabra “Christus” va a ir hacia la sombra, como sería de temer, o va a ser un “Christus” luminoso. Los barítonos deciden la tonalidad mayor: es un Christus maravillosamente luminoso el que inicia su camino hacia la muerte.
 

Recuerdo que Prieto solía interpretar este comienzo haciéndonos sentir ese suspense, ese deseo de la entrada de los barítonos, que a mí tanto  me emocionaba.

Son muchos los momentos en los que Goicoechea hace oscilar la armonía desde lo luminoso a lo oscuro, pero no es posible seguir describiendo paso a paso esta música tan honda, tan dramática y, al mismo tiempo, tan contenida, tan serena.

Para todos nosotros es inolvidable su clímax, la sublimación del “exaltavit”, la aclamación del “quod est” Pero ¡el final!, ¡qué final!. .El último “quod est” se resuelve y estalla en el acorde más luminoso que existe, un acorde de “novena mayor”, que va a introducir el último “super omne nomen”.

Goicoechea parece que quiere deslumbrarnos con toda la gloria acumulada en torno a ese “Nombre sobre todo nombre”. Y, en efecto, los tenores insinúan el modo mayor como si rasgaran una nube. Y es en este momento en el que Goicoechea se gana, para mí, el título de “mago del claroscuro”. De pronto, el último acorde que uno esperaría nos transportara a la luz más deslumbrante nos deja sumidos en la desolación más profunda.

CHRISTUS DE NEMESIO OTAÑO

Si el “Christus” de Goicoechea nos parece un prodigio de contención, de serenidad, dentro de su dramatismo, el de Otaño es un volcán en plena erupción. Los primeros acordes son los mismos con los que comienza su grandioso Miserere a seis voces mixtas, y la misma poderosa inspiración recorre estas dos obras de principio a fin.

El mejor comentario, el que con mayor acierto puede disponer nuestro espíritu para escuchar esta obra, es transcribir las propias palabras de Otaño en las que nos pone al corriente de sus intenciones y de sus logros.
En carta al P. Victoriano Larrañaga, el 22 de octubre de 1933 escribe: “Ayer, en mis dos horas, hice en un santiamén una cosa que en años no he podido. ¿Se acuerda Vd. que para el Miserere grande hice un Christus factus, sólo hasta mortem autem crucis, es decir, para el Jueves Santo, en que se ejecutaba esa obra en Comillas? …¡La de veces que he tratado de acabar esa obra! Y no la sentía. Pues bueno, ayer la sentí, y ¡cómo! Resulta algo impresionante y grandioso.

Reformando lo hecho, aunque conservando el espíritu del Miserere, le he dado una amplitud sonora, profundísima y concentrada, a seis voces, muy en ambiente parsifalesco, dentro de la polifonía católica. Eso hará impresión, y ya está terminado por fin”.

Al día siguiente, 23 de octubre, volvía sobre el tema: “…he terminado ahora el Christus factus, que comencé en Comillas el año 17. Es un monumento de grandiosidad y de profundidad, y estoy muy satisfecho de este trabajo.

 

Casi no queda nada de lo hecho antes; cogí la idea escueta, y la he desarrollado de un tirón con un acierto, a mi parecer, definitivo. Me parece que por la largura de aliento, por el espíritu y la grandiosidad, nada he hecho semejante en pequeñas proporciones. Ahí encontrará Vd, en esencia el espíritu de Wagner y de Liszt. He respetado el ambiente, en que nació la idea, sólo que entonces no lo hubiera sabido desenvolver con la facilidad y dominio que ahora”

El año 1949, en los Laudes de Jueves Santo, se interpretó probablemente por última vez en Comillas, y esa fue la única vez que lo cantamos en todos los años de nuestra estancia en el Seminario. Recuerdo que había una gran expectación en las tribunas llenas de visitantes, antiguos comilleses, (Artero, Sagarmínaga,,,) que habían venido a escuchar el Christus del P. Otaño, seguido de su Miserere.

Interpretar ambas obras fue toda una verdadera proeza. Los tiples teníamos que dar un “la bemol” en la región más aguda de nuestro registro, cuando llegó el momento de máxima tensión del Cristus: el “exaltavit illum”. Esto puede darnos una idea del desbordante poder expresivo de esta música, que en su desarrollo adquiere una complejidad que justifica las escasas ocasiones en las que se interpretó.

 En esta fantástica interpretación, Gregorio Azagra consigue hacernos sentir esa “largura de aliento”, ese “espíritu”, esa “grandiosidad de expresión” que Otaño soñó para esta obra, en la que alienta “en esencia el espíritu de Wagner y de Lizst”.

 

CHRISTUS DE JOSÉ IGNACIO PRIETO

 El “Christus” del Padre Prieto está emparentado con su “Miserere”, tan íntimamente como lo están entre sí esas dos obras del P. Otaño.

Como en el “Miserere”, también aquí, sobre un fondo de corte gregoriano, entonado por las voces graves, Prieto hace cantar a los contraltos una sinuosa melodía que, de un solo trazo, da expresión musical a toda la primera frase de la antífona: “Chistus factus est pro nobis”.

Esta es una de las características de la obra: su extraordinaria concisión, que  logra hacer coincidir cada sílaba del texto con un solo sonido; de ahí su brevedad. Esto no le impide sin embargo alcanzar  un alto grado de tensión emocional, debido al tipo de armonía que comienza a usar.

Yo creo que el año 49 es un año clave en la evolución del estilo del P. Prieto. Ese año estrena la “Lamentación” y el responsorio “Seniores populi”.

En la “Lamentación” está todavía presente el impresionismo, que ha sido el aire que se respira en sus obras anteriores (“Hogueras de S. Juan”, “Eucarísticas”, “Misa Jubilar”) Esta proximidad a Dabussy se advierte aquí, sobre todo, en la armonía con que viste la expresión de las letras hebreas, el Aleph por ejemplo.
 

 Pero, también, en la “Lamentación” aparece como plenamente consolidada la tendencia, que ya va a ser definitiva en sus obras posteriores: la utilización del recitado gregoriano más sencillo, el de la salmodia, como elemento fundamental de la construcción polifónica.

Por otra parte, el responsorio “Seniores populi”, estrenado también ese año, inaugura un nuevo tipo de armonía, basado en la superposición de acordes distintos, de tonalidades distintas. Prieto consigue así una música poderosa, que tiene en la disonancia su máximo poder expresivo.

El “Christus” y el “Miserere”, estrenados en el 51, son un ejemplo perfecto de este nuevo estilo. En ambos están presentes el recitado de tipo salmodia gregoriana y, también, la armonía, llamémosla “expresionista”, que subraya con el hábil manejo de la disonancia el dramatismo de los textos.

En la versión de Azagra, si la ausencia de pronunciación en las voces es sin duda una limitación, sin embargo, la perfecta afinación y el fraseo tan admirablemente ligado, nos permiten oír estas obras con la sensación de estar tocando el ideal que tal vez Prieto soñó para sus obras, pero que nunca pudo oír tan puramente conseguido.