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CAMINO DE PERFECCIÓN  Rafael Manero.  (18 de junio de 2010)

Al tratar de comentaros las andanzas y peripecias en que nos hemos metido para poner a vuestra disposición todo lo que está registrado en nuestra Sala de ensayos, se me ha ocurrido esa expresión tan sugerente: "camino de perfección". Bajo ese título se agolpan en nuestra memoria los juveniles fervores místicos que alimentó la obra de Santa Teresa, y las inquietudes y zozobras, no menos juveniles, que levantó en nuestro ánimo la novela de Pío Baroja. Pero de lo que ahora se trata es de un camino en busca de la perfección en el arte. En esos archivos  podéis encontrar desde las perfectas y apolíneas versiones de Azagra hasta las acezantes y elementales muestras que os hemos preparado para que os puedan servir de guía para nuestro Ensayo-Concierto (o Concierto-Ensayo) del 14 de agosto. Uno va descubriendo el misterio de las interpretaciones electrónicas. Entre el balbuceo electrónico y la perfección digital, media una distancia pareja a la que podríamos observar entre aquellos ordenadores Spectrum, en los que había que hacerlo todo a base de paciencia y meticulosidad laboriosa, y los modernos Programas de digitalización musical, tipo Sibelius. Uno se queda asombrado de que, si se llega a dominar esa técnica, se puede disponer de un medio prodigioso para la lectura y reproducción automática de las más complejas partituras, sin errores de ejecución, con la posibilidad además de modificar tempos, timbres y volúmenes en busca de la soñada perfección. Seguramente se llegará a superar esa limitación que supone la reproducción de la voz humana en plan de vocalización informe, y se dará con el punto de crear una especie de caracteres de imprenta sonora, que sirvan para la reproducción de sílabas afinadas en toda la gama del espectro. El Gutenberg para coros está al caer. ¡La perfección de la técnica! Recuerdo haber oído, en una entrevista de TV, al viejo y chispeante Rubinstein, que ya, en sus conciertos, se le "caían" tantas notas que debiera llevar al lado a una persona que las fuera recogiendo. Pero la emoción que suscitaban sus interpretaciones seguía siendo extraordinaria. Hoy día a ningún intérprete se la "cae" nota alguna en sus grabaciones. Y si esto ocurre, inmediatamente acuden unas invisibles pinzas electrónicas a recogerla y ponerla en su sitio, con la precisión de una milagrosa cirugía maquilladora. La perfección que perseguimos para nuestro concierto deberá aspirar a la imperfecta belleza de las cosas humanas. En la Sala de ensayos tenéis, voz por voz, lo que cada uno debe saberse "de coro", cuando llegue "el día soñado". Nuestros directores impondrán el tempo, regularán los volúmenes, ajustarán los timbres. Nuestro camino de perfección alcanzará esa tarde, sin duda, la imperfecta belleza de lo humano: emocionante belleza al fin y al cabo. 

"Detén el paso, belleza

esquiva, detén el paso..." (Antonio Machado) 

 

 

"Llegó con tres heridas" Rafael Manero (1 de julio de 2010)

(Rafael y yo hemos creado una especie de "joint venture" tácito que consiste en que él me da clases de música y yo le pago en forma de ayuda informática. Son sesiones prácticamente diarias por correo y por teléfono, alguna de más de una hora. Algunas incluso en modo "live", desplazamiento incluido a Tudela. Ya os contaremos.
Tras los trabajos de separar las voces para ayudar en la preparación del "Ensayo", se animó Rafael a intentar una versión digital de su obra "Llegó con tres heridas". Y lo hizo utilizando sonidos de orquesta. Me la envió y, en mi respuesta, yo le preguntaba: "
Cuando compusiste esta obra, la pensabas para voces o para orquesta?" . Alejandro Rivas)

"Claro, responde Rafael, cuando compuse eso no pensaba en orquesta, porque sería absurdo. ¿Qué orquesta iba a tocar eso? De todas formas, el que una obra se interprete en piano, órgano, orquesta o coro, es algo "accidental". La sustancia está en la relación de los sonidos y en su desarrollo (o sea, melodía, motivos, armonización, desarrollo, clímax y desenlace). Bach componía cosas destinadas al clave y las interpretaba también en el órgano (teniendo el cuidado de tocarlas acomodándose a la acústica resonante de la iglesia). Los "Cuadros de una exposición" los compuso Mussorgsky para piano. Luego, Ravel hizo una orquestación fabulosa. Ahí, la sustancia es Mussorgsky y el accidente, extraordinariamente bello y deslumbrante, desde luego, es la orquestación de Ravel. Uno se puede poner un traje nuevo y flamante para una fiesta, pero lo importante es el "ser" que está debajo del "aparecer". Sin embargo, la gama de timbres que tiene la orquesta puede poner de relieve algunos aspectos de la composición. Por ejemplo: el primer "llegó con tres heridas", después de la introducción, está encomendado a la flauta que lo tiñe de una melancolía especial, dulce y tranquila, propia de la flauta. El "con tres heridas viene" (es la amada la que viene con esas tres heridas) está encomendada al oboe, que junto a ese carácter melancólico que sentíamos en la flauta, nos hace sentir como un íntimo desgarro, un como temblor, que lo hace muy emocionante, después de haber oído a la flauta (la melodía alcanza ahí su cima más alta). El clímax de la composición está en el "con tres heridas, yo". La expresión "con tres heridas", se repite varias veces y asciende en escalones desde violoncelos y contrabajos, pasando por el dúo de clarinetes y culminando en flauta y oboe al unísono. En la partitura de coro puse sobre ese pasaje un acelerando. Al orquestarlo, me he dado cuenta de que el efecto es mayor, si se hace un medido ritardando para ir a descansar en el "yo". Todo esto, si bien se mira (se escucha) está muy bien expresado en la versión de Azagra, (como no podía ser de otra manera en una interpretación tan magnífica). Es más, la introducción de la última frase con un corte previo, tal como indica la partitura, Azagra lo ha conseguido a la perfección, subrayando maravillosamente el final del poema. Yo no he dado con el artilugio que me permitiera hacer otro tanto, es decir, un corte expresivo, que venga a decir "ahora viene la cosa...". Queda pues para un futuro aprendizaje. Los versos de Miguel Hernández son de una hondura admirable en un poema tan breve y, aparentemente, tan sencillo. El juego entre esas tres "heridas" de la existencia (amor-muerte-vida / vida-amor-muerte / vida-muerte y amor)  parece un juego de palabras, reclamado por la resonancia de la rima. Pero es un feliz hallazgo, que hace que el poema desemboque en la "herida" mayor de todas "la del amor" (amor, más allá de la vida, más allá de la muerte...)  Eso está expresado en el frenazo final de la cadencia, perfectamente captado por Azagra y que me he limitado a repetir en mi versión de orquesta.

En cuanto a poner o no en el blog esta versión, bueno, se trata de algo que no hubiera hecho sin tu ayuda y sin el aprendizaje que supuso el hacer las partituras para la sala de ensayos. Sólo por esto ya puede aspirar a asentarse en algún rinconcito del blog…

UN SONETO DE DANTE Y SU INTERPRETACIÓN ELECTRÓNICA por Rafael Manero (10 de julio de 2010)

"Tanto gentile" es un soneto de Dante que culmina en un profundo suspiro de melancolía.

Allá por los años ochenta tuve la fortuna de escuchar a Dámaso Alonso, en una entrevista de televisión.  Hablaba sobre la "Vita nuova" de Dante. Su sabiduría y su entusiasmo fueron caldeando mi ánimo, hasta el punto de quedar fascinado al oírle recitar de memoria este soneto:

"Tanto gentile e tanto onesta pare
la donna mía quand'ella altrui saluta
ch'ogne lingua devén tremando muta
e li occhi no l'ardiscon di guardare.

Ella si va sentendosi laudare,
benignamente d'umiltá vestuta,
e par che sia una cosa venuta
da cielo in terra a miracol mostrare.

Mostrasi si piacente a chi la mira,
che da per li occhi una dolcezza al core,
ch'entender no la può chi no la prova.

E par che de la sua labbia si mova
un spirito soave pien d'amore,
che va dicendo a l'anima: sospira"

Desde entonces, estos versos han alimentado ese monólogo interior en el que nos sumimos en algunas horas dichosas y tranquilas de nuestra vida. Quise ponerle música y pensé inmediatamente en los "Madrigales" de Monteverdi. ¡Qué maravillas no hubiera escrito para esa  joya de Dante, el Maestro que compuso la inolvidable música para el madrigal "Lasciatemi morire"! Me propuse hacer una música que estuviera siempre atenta a subrayar las delicadas expresiones, que lucen en esos fanales transparentes y puros de los cuartetos y tercetos de Dante. Como esos versos, la música debería tener un carácter sobrio y antiguo. Este aire sereno, ("clasicista", para entendernos) que ostenta cierta nobleza en su porte, los busca la música a través de dos fórmulas, que se repiten a lo largo de la composición: se llaman "bordaduras" y "progresiones". La "bordadura" es un adorno, una especie de bordado o diseño que hacen algunas voces, como una caricia, que se presenta sobre todo en las "cadencias". (Las cadencias son esos reposos, que el oído espera y que equivalen, en el discurso musical, a la puntuación que va pautando la lectura de un texto: punto, punto y coma, dos puntos...) Las "progresiones" son una formula técnica, que hace "progresar" la música, repitiendo no sólo giros melódicos, sino la armonía que los envuelve. Las "progresiones" se despliegan como en escalones, ascendentes o descendentes, y producen en el oyente una sensación muy placentera. Se tiene la impresión de que uno adivina lo que va a venir, o incluso,  siente que se le están ocurriendo a él esos giros melódicos, en el momento de escucharlos.

En el primer cuarteto, sobre una línea narrativa y vivaz ("tanto gentile") se destaca ese "ch'ogne lingua deben tremando muta". Un madrigalista no dejaría pasar ese "tremando", sin hacer que las voces balbucieran y quedaran mudas un instante. Después vienen los ojos "e li occhi no l'ardiscon di guardare", que no se atreven a mirarla. Pero no es cosa de ir explicando  lo que sólo puede sentirse al ir leyendo el poema, mientras se escucha la música. Creo que ésta queda iluminada por el texto, y el texto, con su emoción incomparable, deja honda huella en el discurrir de la música. La versión de orquesta, que es fruto del ordenador, naturalmente, de un poco de fantasía y de un mucho de pericia electrónica de Alejandro, mi profesor informático, no pretende sustituir la versión para coro, en la que la letra se imbrica con la música. La mejor manera de oírla sería seguir música y letra en la partitura coral, cosa perfectamente hacedera, si seguimos los consejos que nos dé el maestro informático. Solamente quiero añadir un comentario al último verso:

       "che va dicendo a l'anima: sospira"

Ese "ir diciendo" se traduce musicalmente en una progresión ascendente que culmina en la palabra "anima". Para subrayar esa palabra, he usado un acorde que también lo emplean Goicoechea, Otaño y Prieto -nuestros maestros- cuando quieren dar la sensación de que las nubes se rasgan y nos dejan ver algo luminoso y esperanzador. El acorde tiene un nombre técnico absolutamente prosaico: acorde de cuarta y sexta. Ese tipo de acorde, con una preparación adecuada, es de una expresividad extraordinaria. Una vez alcanzada esa cima, en la que se hace sonar el modo mayor, la música se precipita rápidamente, con la palabra "sospira", en el acorde final de "re menor", en el que está escrita la obra. "Modo menor", sin duda; porque, en efecto, ese "sospira" de Dante, como todo el soneto, es un hondo pozo de melancolía.

Esta música >> ha querido ofrecer su particular estremecimiento ante estos maravillosos versos.

 

EL ARMONIO CHIQUITO DE PRIETO por José Manuel Ruiz Marcos (6 de septiembre de 2010)

Ese programa con  „La mort del escolà“ me recuerda una treta de Prieto , magia en el mismísimo Paraninfo, sin que el público se diera cuenta.

En la polifonía a seis voces mixtas de Antoni Nicolau,La mort de l’escolà sobre un texto de mosén Jacinto Verdaguer, nos correspondía a los bajos profundos remedar el tañido de las campanas de la basílica de Montserrat, tocando a muerto por el violinista fallecido. Nicolau nos hacía bajar hasta el peldaño inmediatamente anterior al “Do de cerdo” con aquel repetido “la-sol - la - re”,  la melodía inicial de la conocida Salve Montserratina, pero todo ello en la octava más profunda de la voz humana:aquel “RE” era ya abisal y de ultratumba. 

Con el “la-sol-la-re” de las campanas montserrateñas comenzábamos la pieza los bajos. El resto del coro enmudecía aún, antes de que los tiples en el papel del coro de ángeles entonaranla divina melodía, que se iba engranando con nuestropausado la-sol-.la-re,  tocando a muerto :

A Montserrat tot plora,

tot plora d‘ahir ençà,

que allí a l‘Escolania

s’és mort un escolà

Sólo dos de la cuerda de los bajos conseguían descolgarse hasta los subsuelos de aquel RE otromundista. Éramos Malco y yo. A mi compañero de abismos, realmente apellidado Ituarte, se le puso el mote de “Malco” en recuerdo del siervo del Pontífice que se hallaba en el huerto de Getsemaní cuando prendieron a Jesús. A aquel Malco se le había lanzado, espada en mano, un furibundo san Pedro y cortádole una oreja, que cae al suelo y que el Rabí enseguida coloca en su sitio. En la „cruzada“ de Franco se le cruzó a nuestro Malco una bala republicana con aviesas intenciones: dos centímetros a la derecha y lo descerebra. Por fortuna sólo se le llevó por delante la mitad de la oreja. No hubo Rabí para el cartílago extraviado ni hicieron ademán de recuperarlo los combatientes, distraídos con las peripecias de la refriega. Como los círculos eclesiásticos que nuestro Malco frecuentaba gozaban por lo general de una pasable erudición bíblica, todo el mundo, con solo mirarle a la cara, le acertaba sin más con el motecito. Lo llamaban enseguida, sin presentaciones previas, Malcus en la versión vulgata o Malco simplemente en la vernácula.

Como estaba visto y sobre todo oído que con sólo dos no conseguíamos imponer el debido respeto al campanario montserratino, nos hacía Prieto meter entre los bajos su armonio diminuto, hasta entonces escondido para el público a la sombra del piano de cola, y yo apretaba furibundo el Re  en cuestión cuando  el compás lo pedía. Repetimos la treta muchas veces, sin que el público ni las otras voces cayeran en la cuenta.

José Manuel Ruiz Marcos